Libros de Brian W. ALdiss

Portada de En la Arena

En la Arena

Autor: Arácnido

Temática: Brian W. Aldiss

Descripción: Cuento

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Temática: General

Descripción: 6 de 1-G, observó atentamente la Cosa; luego tragó para aclararse la garganta; sus ojos escudriñaron el mosaico de luz y sombras en un esfuerzo para delinear el Cliff. Una cosa era cierta: ¡era enorme! Se lamentó de que, aunque los fotosistores le permitían usar su intervisión sobre los objetos situados más allá de su traje espacial, aquel sentido se hallaba distorsionado por el despliegue de fuegos eternos. Luego, en un momento de lucidez, tuvo una visión perfecta: ¡el Cliff se hallaba a cierta distancia ! A juzgar por las primeras observaciones, había creído que se hallaba sólo a cien pasos de distancia. Se dio cuenta de su enorme tamaño. ¡Era inmenso! Momentáneamente, se recreó en su contemplación. La única clase de tareas dignas de ser emprendidas eran las imposibles. Los astrofísicos de Estrella Uno mantenían la teoría de que el Cliff tenía inteligencia en cierto sentido, y le habían pedido a Derek que obtuviese una muestra de su carne. ¿Pero cómo arañar a un ser del tamaño de una diminuta luna? Mientras estuvo allí tendido, el viento agitaba las capas y los suspensores de su traje. Gradualmente, empero, Derek se dio cuenta de que la vibración que sentía por el constante movimiento había cambiado. Experimentaba una nueva fuerza. Miró en torno y colocó su enguantada mano sobre el suelo. El viento ya no vibraba. Era la tierra la que se agitaba. Festi temblaba. ¡El Cliff se estaba moviendo! Cuando levantó la vista normal y la interna, vio la trayectoria que seguía. Agitándose pausadamente, el Cliff se dirigía hacia él. —Si tiene inteligencia, razonará, si es que me ha detectado, que soy demasiado pequeño para causarle daño. Por tanto, no me hará nada y nada tengo que temer —se dijo Derek. Pero aquella lógica no le tranquilizó. Un pseudópodo absorbente, activado por una simple glándula humedecida en la corona de su casco, se deslizó por su frente y le secó el sudor. La visibilidad estaba agitada como un trapo en un sótano. El avance del Cliff era algo que Derek intuía más que veía. Las masas de nubes obstruían la cumbre de la Cosa, tal como ésta eclipsaba ya los manantiales de fuego. Ante su proximidad, hasta la médula se le heló a Derek en sus huesos. Y entonces ocurrió algo. Las piernas del traje de Derek se movieron. Y los brazos. Y todo el cuerpo. Intrigado, Derek envaró sus piernas. Irresistiblemente, las rodillas del traje se flexionaron, forzando a las de carne a hacer lo mismo. Y no sólo las rodillas, sino también los brazos se doblaron por las costuras del traje, No podía mantenerse quieto sin correr el peligro de romperse los huesos. Sumamente alarmado, comenzó a flexionar su cuerpo para mantenerlo al ritmo de su traje, copiando sus gestos como un ser idiotizado. Como si de repente hubiese aprendido a arrastrarse, el traje comenzó a moverse hacia delante. Derek, en su interior, hizo lo mismo. Le asaltó un pensamiento irónico. No sólo era la montaña la que tenía que ir a Mahoma; Mahoma se veía obligado a ir hacia la montaña. No podía impedir el avance, no era dueño de sus movimientos, su voluntad era inútil. Con la comprensión, notó cierto alivio. Su Amada no podría reprocharle lo que sucediese.

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Temática: General

Descripción: 6 de 1-G, observó atentamente la Cosa; luego tragó para aclararse la garganta; sus ojos escudriñaron el mosaico de luz y sombras en un esfuerzo para delinear el Cliff. Una cosa era cierta: ¡era enorme! Se lamentó de que, aunque los fotosistores le permitían usar su intervisión sobre los objetos situados más allá de su traje espacial, aquel sentido se hallaba distorsionado por el despliegue de fuegos eternos. Luego, en un momento de lucidez, tuvo una visión perfecta: ¡el Cliff se hallaba a cierta distancia ! A juzgar por las primeras observaciones, había creído que se hallaba sólo a cien pasos de distancia. Se dio cuenta de su enorme tamaño. ¡Era inmenso! Momentáneamente, se recreó en su contemplación. La única clase de tareas dignas de ser emprendidas eran las imposibles. Los astrofísicos de Estrella Uno mantenían la teoría de que el Cliff tenía inteligencia en cierto sentido, y le habían pedido a Derek que obtuviese una muestra de su carne. ¿Pero cómo arañar a un ser del tamaño de una diminuta luna? Mientras estuvo allí tendido, el viento agitaba las capas y los suspensores de su traje. Gradualmente, empero, Derek se dio cuenta de que la vibración que sentía por el constante movimiento había cambiado. Experimentaba una nueva fuerza. Miró en torno y colocó su enguantada mano sobre el suelo. El viento ya no vibraba. Era la tierra la que se agitaba. Festi temblaba. ¡El Cliff se estaba moviendo! Cuando levantó la vista normal y la interna, vio la trayectoria que seguía. Agitándose pausadamente, el Cliff se dirigía hacia él. —Si tiene inteligencia, razonará, si es que me ha detectado, que soy demasiado pequeño para causarle daño. Por tanto, no me hará nada y nada tengo que temer —se dijo Derek. Pero aquella lógica no le tranquilizó. Un pseudópodo absorbente, activado por una simple glándula humedecida en la corona de su casco, se deslizó por su frente y le secó el sudor. La visibilidad estaba agitada como un trapo en un sótano. El avance del Cliff era algo que Derek intuía más que veía. Las masas de nubes obstruían la cumbre de la Cosa, tal como ésta eclipsaba ya los manantiales de fuego. Ante su proximidad, hasta la médula se le heló a Derek en sus huesos. Y entonces ocurrió algo. Las piernas del traje de Derek se movieron. Y los brazos. Y todo el cuerpo. Intrigado, Derek envaró sus piernas. Irresistiblemente, las rodillas del traje se flexionaron, forzando a las de carne a hacer lo mismo. Y no sólo las rodillas, sino también los brazos se doblaron por las costuras del traje, No podía mantenerse quieto sin correr el peligro de romperse los huesos. Sumamente alarmado, comenzó a flexionar su cuerpo para mantenerlo al ritmo de su traje, copiando sus gestos como un ser idiotizado. Como si de repente hubiese aprendido a arrastrarse, el traje comenzó a moverse hacia delante. Derek, en su interior, hizo lo mismo. Le asaltó un pensamiento irónico. No sólo era la montaña la que tenía que ir a Mahoma; Mahoma se veía obligado a ir hacia la montaña. No podía impedir el avance, no era dueño de sus movimientos, su voluntad era inútil. Con la comprensión, notó cierto alivio. Su Amada no podría reprocharle lo que sucediese.

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Temática: General

Descripción: 6 Solo los habitantes del norte de América seguían aferrándose mayoritariamente a su abyecta superstición. Fortificados por su ciencia, rechazaban la Gracia. Así fue como en el Año 271 se emprendió la Primera Cruzada, especialmente contra ellos pero también contra los Irlandeses, cuyas opiniones heréticas no estaban sustentadas en la ciencia: los Irlandeses fueron rápidamente Erradicados casi hasta el último hombre. Los Americanos eran más formidables, pero esta dificultad sólo sirvió para agrupar a la gente y unir aún más a la Iglesia. La Primera Cruzada se libró para combatir la Primera Gran Herejía de la Iglesia, la herejía que proclamaba que el Dios Inmenso era una Cosa y no un Dios, según lo había expuesto Gersheimer Negro. Concluyó satisfactoriamente cuando el jefe de los Americanos, Lionel Undermeyer, se reunió con el Venerable Obispo Emperador del Mundo, Jon II, y consintió en que los mensajeros de la Iglesia disfrutaran de libertad para predicar en América sin ser estorbados. Tal vez habría podido forzarse un convenio más severo, como aducen algunos comentaristas, pero para entonces ambos bandos padecían grandes penurias a causa de la peste y la hambruna, porque las cosechas del mundo se habían perdido. Fue una afortunada coincidencia que la población del mundo ya se hubiera reducido a la mitad, pues de otro modo la reorganización de las estaciones habría ido seguida del hambre más absoluta. En todas las iglesias del mundo se rogó al Dios Inmenso que diera una señal de que había sido Testigo de la gran derrota infligida a los infieles Americanos. Quienes se opusieron a este inspirado acto fueron destruidos. El Dios respondió a las plegarias en el 297, avanzando velozmente una Pequeña Porción y acomodándose principalmente en el Océano Pacífico a donde llegaba por el sur a lo que ahora es la Antarta, entonces era el Trópico de Capricornio y anteriormente había sido el Ecuador. Algunas de sus patas izquierdas cubrieron numerosas ciudades de la costa occidental de América, entre las que se contaban algunas de las que ya hemos citado, como San Francisco, y llegaron por el sur hasta Guadalajara (donde el Templo del Santo Dedo honra todavía la huella de su pie). Este es el movimiento que designamos Primera Mudanza, y fue justamente considerado como una prueba indiscutible del desprecio del Dios Inmenso hacia América. Tal sensación prevaleció también en la propia América. Purificados por el hambre, los descomunales terremotos y otras catástrofes naturales, sus habitantes quedaron mejor preparados para aceptar las palabras de los sacerdotes y se convirtió hasta el último hombre. Se emprendieron peregrinaciones en masa para contemplar el enorme cuerpo de Dios, que cubría su nación de un extremo a otro. Los peregrinos más osados ascendían en aeroplanos voladores y sobrevolaban su lomo, barrido Sin Cesar por terribles tempestades durante más de cien años. Los que allí se convirtieron se volvieron más Extremados que sus hermanos del otro lado del mundo, más antiguos en la fe. Apenas se habían unido las congregaciones americanas con las nuestras cuando ya se separaban por una desavenencia doctrinal en el Concilio de la Tenca Muerta (322). Esta fecha marca el surgimiento de la Iglesia Católica Universal Sacrificial. En aquellos remotos días, los creyentes de la fe Ortodoxa no disfrutábamos de la armonía que reina hoy con nuestros hermanos Americanos. El punto de la doctrina que dio lugar al cisma de las iglesias fue, como por todos es sabido, la cuestión de si la humanidad debía o no utilizar vestiduras que imitaran el lustre metálico del Dios Inmenso. Se adujo que esto equivalía, a equiparar al hombre

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Temática: General

Descripción: 6 Solo los habitantes del norte de América seguían aferrándose mayoritariamente a su abyecta superstición. Fortificados por su ciencia, rechazaban la Gracia. Así fue como en el Año 271 se emprendió la Primera Cruzada, especialmente contra ellos pero también contra los Irlandeses, cuyas opiniones heréticas no estaban sustentadas en la ciencia: los Irlandeses fueron rápidamente Erradicados casi hasta el último hombre. Los Americanos eran más formidables, pero esta dificultad sólo sirvió para agrupar a la gente y unir aún más a la Iglesia. La Primera Cruzada se libró para combatir la Primera Gran Herejía de la Iglesia, la herejía que proclamaba que el Dios Inmenso era una Cosa y no un Dios, según lo había expuesto Gersheimer Negro. Concluyó satisfactoriamente cuando el jefe de los Americanos, Lionel Undermeyer, se reunió con el Venerable Obispo Emperador del Mundo, Jon II, y consintió en que los mensajeros de la Iglesia disfrutaran de libertad para predicar en América sin ser estorbados. Tal vez habría podido forzarse un convenio más severo, como aducen algunos comentaristas, pero para entonces ambos bandos padecían grandes penurias a causa de la peste y la hambruna, porque las cosechas del mundo se habían perdido. Fue una afortunada coincidencia que la población del mundo ya se hubiera reducido a la mitad, pues de otro modo la reorganización de las estaciones habría ido seguida del hambre más absoluta. En todas las iglesias del mundo se rogó al Dios Inmenso que diera una señal de que había sido Testigo de la gran derrota infligida a los infieles Americanos. Quienes se opusieron a este inspirado acto fueron destruidos. El Dios respondió a las plegarias en el 297, avanzando velozmente una Pequeña Porción y acomodándose principalmente en el Océano Pacífico a donde llegaba por el sur a lo que ahora es la Antarta, entonces era el Trópico de Capricornio y anteriormente había sido el Ecuador. Algunas de sus patas izquierdas cubrieron numerosas ciudades de la costa occidental de América, entre las que se contaban algunas de las que ya hemos citado, como San Francisco, y llegaron por el sur hasta Guadalajara (donde el Templo del Santo Dedo honra todavía la huella de su pie). Este es el movimiento que designamos Primera Mudanza, y fue justamente considerado como una prueba indiscutible del desprecio del Dios Inmenso hacia América. Tal sensación prevaleció también en la propia América. Purificados por el hambre, los descomunales terremotos y otras catástrofes naturales, sus habitantes quedaron mejor preparados para aceptar las palabras de los sacerdotes y se convirtió hasta el último hombre. Se emprendieron peregrinaciones en masa para contemplar el enorme cuerpo de Dios, que cubría su nación de un extremo a otro. Los peregrinos más osados ascendían en aeroplanos voladores y sobrevolaban su lomo, barrido Sin Cesar por terribles tempestades durante más de cien años. Los que allí se convirtieron se volvieron más Extremados que sus hermanos del otro lado del mundo, más antiguos en la fe. Apenas se habían unido las congregaciones americanas con las nuestras cuando ya se separaban por una desavenencia doctrinal en el Concilio de la Tenca Muerta (322). Esta fecha marca el surgimiento de la Iglesia Católica Universal Sacrificial. En aquellos remotos días, los creyentes de la fe Ortodoxa no disfrutábamos de la armonía que reina hoy con nuestros hermanos Americanos. El punto de la doctrina que dio lugar al cisma de las iglesias fue, como por todos es sabido, la cuestión de si la humanidad debía o no utilizar vestiduras que imitaran el lustre metálico del Dios Inmenso. Se adujo que esto equivalía, a equiparar al hombre

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Temática: General

Descripción: 6 —Me convences por completo. En la Era de la Revolución, algo así pudo haber sucedido muy fácilmente —dijo, aliviado, el cosmopolitano. Extendiendo seis de sus miembros, hizo un amplio y ceremonioso gesto señalando el cielo y la tierra. —Yo digo: toda esta tierra que pertenezca a los Soles Triples. Que comience la defecación. Y fueron felices. Y su felicidad creció. ¿Quién no iba a ser feliz? Con comodidades y la fertilidad a mano, se hallaban como en casa. El sol malva desapareció, y casi inmediatamente surgió del horizonte un satélite brillante como una bola de nieve, acompañado de un halo de polvo, que se colocó velozmente sobre ellos. Acostumbrados a los grandes cambios de temperatura, a los ocho utods no les importó el creciente frío de la noche. Se revolcaron en su ciénaga recién construida. Sus dieciséis grorgs asistentes se revolcaron con ellos, agarrándose fuertemente con sus dedos a sus anfitriones cuando éstos se hundían en el fango. Lentamente, les fue invadiendo la impresión de estar en un mundo nuevo, que les acariciaba el cuerpo, produciéndoles unas sensaciones que no podrían ser traducidas en palabras. Arriba, en el firmamento, resplandecía el Grupo Patrio. Seis estrellas dispuestas en la forma —o por lo menos así lo afirmaban los acólitos— de uno de los cálices que flotaban en los tempestuosos mares de Smeksmer. —No teníamos por qué habernos preocupado —dijo alegremente el cosmopolitano—. Los Soles Triples continúan brillando aquí sobre nosotros. No tenemos que apresurarnos en volver. Tal vez al final de la semana plantemos unas cuantas semillas de ammp, y después volveremos a casa. —... O al final de la semana siguiente —comentó el tercer politano, confortablemente hundido en su baño de lodo. Para completar su satisfacción, el cosmopolitano les dio una breve arenga religiosa. Permanecieron echados, escuchando su discurso a medida que era emitido por sus ocho orificios. Resaltó cómo los árboles ammp y los utods depedían unos de otros, y cómo el beneficio de cada uno dependía del beneficio de los demás. Recalcó la significación de la palabra “beneficio” antes de continuar relatando de qué forma tanto los árboles como los utods (manifestaciones ambas de un espíritu) dependían de la luz procedente de cualquiera de los Soles Triples que se movían en el espacio. Aquella luz era el excremento de los soles, absurdo y milagroso. Nadie debía olvidar que ellos también participaban de lo absurdo al igual que de lo milagroso. Jamás deberían exaltarse ni ensoberbecerse, pues, ¿no estaban incluso sus dioses constituidos en la divina forma de un excremento? El tercer politano disfrutó mucho con el monólogo, pues lo que resulta más familiar es también lo que produce más seguridad. Descansaba, mostrando sólo el extremo de un hocico sobre la burbujeante superficie del cieno, y hablaba con la voz sumergida, mediante sus orificios ockpu. Miró atentamente con uno de sus ojos no sumergidos la oscura mole de su nave del reino de las estrellas, bellamente bulbosa y negra que se destacaba en el cielo. Sí, la vida era buena y rica, incluso a tanta distancia de su amado planeta Dapdrof. Cuando llegara el próximo esod tendría que cambiar de sexo y convertirse en madre, como correspondía a su especie, pero incluso aquello... Bueno, como frecuentemente oyó decir a su madre, todo resultaba agradable para una mente en calma. Pensó amorosamente en su madre. La amaba aunque había cambiado de sexo, convirtiéndose en un sagrado cosmopolitano.

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Temática: General

Descripción: 6 —Me convences por completo. En la Era de la Revolución, algo así pudo haber sucedido muy fácilmente —dijo, aliviado, el cosmopolitano. Extendiendo seis de sus miembros, hizo un amplio y ceremonioso gesto señalando el cielo y la tierra. —Yo digo: toda esta tierra que pertenezca a los Soles Triples. Que comience la defecación. Y fueron felices. Y su felicidad creció. ¿Quién no iba a ser feliz? Con comodidades y la fertilidad a mano, se hallaban como en casa. El sol malva desapareció, y casi inmediatamente surgió del horizonte un satélite brillante como una bola de nieve, acompañado de un halo de polvo, que se colocó velozmente sobre ellos. Acostumbrados a los grandes cambios de temperatura, a los ocho utods no les importó el creciente frío de la noche. Se revolcaron en su ciénaga recién construida. Sus dieciséis grorgs asistentes se revolcaron con ellos, agarrándose fuertemente con sus dedos a sus anfitriones cuando éstos se hundían en el fango. Lentamente, les fue invadiendo la impresión de estar en un mundo nuevo, que les acariciaba el cuerpo, produciéndoles unas sensaciones que no podrían ser traducidas en palabras. Arriba, en el firmamento, resplandecía el Grupo Patrio. Seis estrellas dispuestas en la forma —o por lo menos así lo afirmaban los acólitos— de uno de los cálices que flotaban en los tempestuosos mares de Smeksmer. —No teníamos por qué habernos preocupado —dijo alegremente el cosmopolitano—. Los Soles Triples continúan brillando aquí sobre nosotros. No tenemos que apresurarnos en volver. Tal vez al final de la semana plantemos unas cuantas semillas de ammp, y después volveremos a casa. —... O al final de la semana siguiente —comentó el tercer politano, confortablemente hundido en su baño de lodo. Para completar su satisfacción, el cosmopolitano les dio una breve arenga religiosa. Permanecieron echados, escuchando su discurso a medida que era emitido por sus ocho orificios. Resaltó cómo los árboles ammp y los utods depedían unos de otros, y cómo el beneficio de cada uno dependía del beneficio de los demás. Recalcó la significación de la palabra “beneficio” antes de continuar relatando de qué forma tanto los árboles como los utods (manifestaciones ambas de un espíritu) dependían de la luz procedente de cualquiera de los Soles Triples que se movían en el espacio. Aquella luz era el excremento de los soles, absurdo y milagroso. Nadie debía olvidar que ellos también participaban de lo absurdo al igual que de lo milagroso. Jamás deberían exaltarse ni ensoberbecerse, pues, ¿no estaban incluso sus dioses constituidos en la divina forma de un excremento? El tercer politano disfrutó mucho con el monólogo, pues lo que resulta más familiar es también lo que produce más seguridad. Descansaba, mostrando sólo el extremo de un hocico sobre la burbujeante superficie del cieno, y hablaba con la voz sumergida, mediante sus orificios ockpu. Miró atentamente con uno de sus ojos no sumergidos la oscura mole de su nave del reino de las estrellas, bellamente bulbosa y negra que se destacaba en el cielo. Sí, la vida era buena y rica, incluso a tanta distancia de su amado planeta Dapdrof. Cuando llegara el próximo esod tendría que cambiar de sexo y convertirse en madre, como correspondía a su especie, pero incluso aquello... Bueno, como frecuentemente oyó decir a su madre, todo resultaba agradable para una mente en calma. Pensó amorosamente en su madre. La amaba aunque había cambiado de sexo, convirtiéndose en un sagrado cosmopolitano.

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Temática: General

Descripción: 6 - ¡Ven aquí abajo, Teddy! Mónica observó impasible la pequeña figura peluda mientras descendía los peldaños uno a uno con sus patas cortas y rechonchas. Cuando el osito llegó al pie de la escalera, la mujer lo levantó del suelo y lo condujo a la sala de estar. Teddy permaneció inmóvil en sus brazos, contemplándola. La mujer pudo apreciar la levísima vibración de su motor. - Quédate aquí, Teddy. Quiero hablar contigo. Mónica colocó al osito sobre una mesa y Teddy se quedó allí como ella le había dicho, con los brazos extendidos y abiertos en el gesto eterno de un abrazo. - Teddy, ¿te ha dicho David que me dijeras que ha salido al jardín? -- Los circuitos del cerebro del juguete eran demasiado sencillos para saber mantener una mentira. - Sí, mamá -- respondió finalmente. - De modo que me has engañado... - Sí mamá. - ¡Deja de llamarme mamá! ¿Por qué intenta evitarme David? No tendrá miedo de mí, ¿verdad? - No. David te quiere mucho. - ¿Por qué no podemos comunicarnos entonces? - David está arriba. La respuesta hizo que Mónica enmudeciera. ¿Por qué perdía el tiempo hablando con aquella máquina? ¿Por qué no subía las escaleras, sencillamente, y estrechaba a David entre sus brazos y hablaba con él como haría cualquier madre cariñosa con su hijo querido? Escuchó el silencio opresivo que reinaba en la casa, un silencio que surgía de cada estancia con un matiz diferente. En el piso de arriba, algo se estaba moviendo muy quedamente; era David, sin duda, intentando esconderse de ella...

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Temática: General

Descripción: 6 - ¡Ven aquí abajo, Teddy! Mónica observó impasible la pequeña figura peluda mientras descendía los peldaños uno a uno con sus patas cortas y rechonchas. Cuando el osito llegó al pie de la escalera, la mujer lo levantó del suelo y lo condujo a la sala de estar. Teddy permaneció inmóvil en sus brazos, contemplándola. La mujer pudo apreciar la levísima vibración de su motor. - Quédate aquí, Teddy. Quiero hablar contigo. Mónica colocó al osito sobre una mesa y Teddy se quedó allí como ella le había dicho, con los brazos extendidos y abiertos en el gesto eterno de un abrazo. - Teddy, ¿te ha dicho David que me dijeras que ha salido al jardín? -- Los circuitos del cerebro del juguete eran demasiado sencillos para saber mantener una mentira. - Sí, mamá -- respondió finalmente. - De modo que me has engañado... - Sí mamá. - ¡Deja de llamarme mamá! ¿Por qué intenta evitarme David? No tendrá miedo de mí, ¿verdad? - No. David te quiere mucho. - ¿Por qué no podemos comunicarnos entonces? - David está arriba. La respuesta hizo que Mónica enmudeciera. ¿Por qué perdía el tiempo hablando con aquella máquina? ¿Por qué no subía las escaleras, sencillamente, y estrechaba a David entre sus brazos y hablaba con él como haría cualquier madre cariñosa con su hijo querido? Escuchó el silencio opresivo que reinaba en la casa, un silencio que surgía de cada estancia con un matiz diferente. En el piso de arriba, algo se estaba moviendo muy quedamente; era David, sin duda, intentando esconderse de ella...

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Portada de ¿Quién Puede Reemplazar a un Hombre?

¿Quién Puede Reemplazar a un Hombre?

Autor: Arácnido

Temática: Brian W. Aldiss

Descripción: Cuento

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Portada de Afuera

Afuera

Autor: Arácnido

Temática: Brian W. Aldiss

Descripción: Cuento

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¿Quién Puede Reemplazar a un Hombre?

Autor: Arácnido

Temática: Brian W. Aldiss

Descripción: Cuento

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Portada de Microsoft Word - Heliconia Primavera.doc

Microsoft Word - Heliconia Primavera.doc

Autor: Administrador

Temática: Ficción

Descripción: Un tercer animal los acompañaba. Eran los gunnadus; y Yuli les veía los cuellos que se alzaban en todas partes a los lados del rebaño. Mientras la masa de yelks se adelantaba con indiferencia, los gunnadus corrían excitados de aquí para allá, sacudiendo las pequeñas cabezas en el extremo de los largos cuellos. La característica más notable, un par de orejas enormes, se volvía hacia uno y otro lado, atendiendo a inesperadas alarmas. Era el primer animal bípedo que veía Yuli, dos enormes patas como pistones que impulsaban un cuerpo cubierto de pelo largo. El gunnadu era dos veces más rápido que el yelk o el biyelk; sin embargo, cada animal mantenía su puesto dentro del rebaño. Un trueno sordo, pesado y continuo señalaba la aproximación del rebaño. Desde donde estaban Yuli y el padre sólo era posible distinguir las tres especies si se sabía adonde mirar. Se fundían unas con otras bajo la melancólica luz veteada. El negro frente nuboso había avanzado más rápidamente que el rebaño, y ahora cubría por completo a Batalix: el bravo centinela no reaparecería durante varios días. Una arrugada alfombra de animales se extendía por el paisaje, y los movimientos de los individuos no eran más visibles que las distintas corrientes de un río turbulento. Una niebla cubría el rebaño, haciéndolo aún más indistinto. Era una niebla de calor, sudor, y pequeños insectos alados y voraces que sólo podían procrear al calor de los cuerpos de cascos nudosos. Respirando más rápido, Yuli miró de nuevo: Oh, las criaturas que iban delante estaban ya ante las costas del helado Vark. Se acercaban más y más; el mundo era un solo animal multitudinario e ineludible. Volvió la cabeza y echó a su padre una mirada inquisitiva. Alehaw advirtió el movimiento, pero continuó mirando al frente con los dientes apretados, entornando los ojos bajo las acusadas protuberancias de las cejas. —Silencio —ordenó. La marea viva alcanzó la ribera, fluyó por encima, se lanzó como una catarata al hielo escondido. Algunas criaturas, adultos torpes y pesados o jóvenes saltarines, tropezaron contra los troncos caídos, pateando furiosamente con las patas delgadas antes de ser atropellados por la presión del rebaño. Ahora se podían distinguir animales aislados. Tenían las cabezas gachas. Los ojos, orlados de blanco, miraban fijamente. Unos hilos de saliva verde y espesa colgaban de muchas bocas. El frío helaba el vapor de los ollares, esparciendo partículas de hielo sobre la piel del cráneo. La mayoría de las bestias se movía penosamente, con la piel cubierta de harto, sangre, excrementos, o colgando en tiras allí donde la habían desgarrado los cuernos de algún animal vecino. Los biyelks en particular, rodeados por las criaturas más pequeñas, alzando los enormes hombros de gruesa piel gris, caminaban con una especie de parsimoniosa incomodidad; revolvían los ojos cuando escuchaban los chillidos de los animales que caían, y comprendían que allá adelante los esperaba alguna especie de peligro amenazador, hacia el que era inevitable avanzar. La masa de animales cruzaba el río helado, salpicando nieve. El ruido llegaba claramente a los dos observadores; no sólo el rumor de los cascos sino también las respiraciones roncas, y el continuo coro de gruñidos y resoplidos, el roce de los cuernos contra los cuernos, y el chasquido de las orejas que se sacudían para ahuyentar las moscas persistentes. Tres biyelks pisaron a la vez el río helado. El hielo se rompió crujiendo como

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Portada de Microsoft Word - Heliconia Verano.doc

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Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: La reina se volvió velozmente al oír los pasos de unos pies pequeños. Tomó a Tatro y la alzo por encima de su cabeza; luego la besó y le sonrió para tranquilizarla y se alejó por la playa. Mientras lo hacia llama a su mayordomo. -¡ScufBar! Quita eso de ahí. Hazlo quemar tan pronto como puedas. Fuera de las viejas murallas. El criado se puso de pie a la sombra de la tienda, quitándose la arena del charfrul. -De inmediato, señora -dijo. Mas tarde la reina, movida por la ansiedad, encontró otro medio para eliminar el cadáver. -Conozco cierto hombre en Ottassol. Llévaselo -dijo a su pequeño mayordomo, clavándole la mirada-. Compra cuerpos. Y también te daré una carta, aunque no para el anatomista. A este ultimo no debes decirle de donde vienes, ¿has comprendido? -¿Quién es ese hombre, señora? -ScufBar parecía la imagen misma de la renuencia. -Se llama CaraBansity. No debes mencionar mi nombre. Tiene fama de hombre astuto. Se esforzó por ocultar su turbación ante los criados, sin imaginar que un día su honor estaría en manos de CaraBansity. Debajo del chirriante palacio de madera había un panal de fríos sótanos. Algunos estaban repletos de bloques de hielo, cortados de un glaciar del lejano Hespagorat. Cuando los dos soles se pusieron, el mayordomo ScufBar descendió al sótano llevando sobre la cabeza una linterna de aceite de ballena. Un niño esclavo lo seguía asido al ruedo de su charfrul para no caer. En su deseo de protegerse contra una vida laboriosa, ScufBar había desarrollado un vientre prominente, un pecho hundido y unos hombros redondeados, como para proclamar su insignificancia, eludiendo de ese modo nuevas obligaciones. Pero esta vez, la protección no había servido. La reina tenia un encargo para él. Se puso un delantal y unos guantes de cuero. Apartando las esteras que cubrían una pila de bloques, entrego la linterna al chico y tomo una piqueta para hielo. Con dos golpes desprendió un trozo del bloque más cercano. Alzándolo y quejándose, para convencer al chico de lo pesado que era, subió lentamente la escalera. Hizo que el esclavo cerrara la puerta. Unos perros de tamaño monstruoso lo recibieron; erraban sin cesar por los oscuros corredores. Conocían a ScufBar y no ladraron. Cargando el hielo, traspuso una puerta trasera que daba al aire libre. Esperó hasta oír que el chico esclavo corría el cerrojo en el interior. Solo entonces empezó a cruzar el patio. En lo alto brillaban las estrellas, y un ocasional destello violeta de la aurora alumbró su camino hasta los establos por debajo de un arco de madera. Sintió el olor penetrante del estiércol de hoxney. Un mozo de cuadra aguardaba tembloroso en la oscuridad. Todo el mundo estaba inquieto en Gravabagalinien después del crepúsculo, se decía que entonces los soldados del ejercito muerto salían a buscar octavas de tierra favorables. Una hilera de hoxneys castaños piafaba en la oscuridad. -¿Esta listo mi hoxney, muchacho? -Sí. El mozo había preparado un hoxney de carga para el viaje de ScufBar. Había asegurado sobre el lomo del animal un largo cesto de mimbre, especial para transportar mercancías que debían ser enfriadas con hielo. Con un quejido final, ScufBar deslizó el bloque de hielo en el cesto, sobre una capa de aserrín. -Ahora ayúdame con el cuerpo, y sin remilgos.

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Portada de Microsoft Word - Imperios galacticos I.doc

Microsoft Word - Imperios galacticos I.doc

Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: Introducción Imperios galácticos representa la última locura en ciencia ficción. Imperios galácticos representa una relación promiscua entre la ciencia y el encanto, con un predominio general del encanto. Imperios galácticos representa lo más espectacular en el campo de la ciencia ficción. Los imperios galácticos han sido condenados a menudo como tales por las personas serias y sensatas. Eso puede deberse menos a los errores intrínsecos del género que al hecho de que las personas serias y sensatas son muy dadas a la condena. Sin embargo, uno puede ser bastante sensible y seguir encontrando placer en leer cosas sobre tipos armados de corazas con hachones, bebiendo en grandes copas y conduciendo caballos de guerra hacia las naves espaciales antes de precipitarse a través del espacio a muchas veces la velocidad de la luz. En otras palabras, estas narraciones pueden ser tomadas en serio. Lo que no se debe hacer es tomarlas literalmente. Sus autores no lo hicieron. Cada cosa tiene su forma de leerla. La mayor parte de estos relatos fueron escritos para divertir. Pero hay muchos niveles de diversión. La responsabilidad de un antologista es precisamente la de ser serio y sensato en este asunto. Pero antes... una cita de una de las narraciones publicadas en esta antología (ya llegará a leerla): «Los cascos recubiertos de metal resonaron sobre el pavimento con dura cadencia mientras los doce guardias escoltaban a Deralan hacia el centro de la Avenida de los Reyes. La en otro tiempo orgullosa calle se había convertido ahora en un lugar de bazares. Rael era un planeta antiguo, sabio y agrio. Hasta él habían llegado las heces de mil planetas, los aduladores, los tramposos con su buen olfato para la depravación, con su insolente contoneo. Ya no se podía andar solo por la noche en Rael.» La miseria destartalada es a menudo un atractivo en la narración galáctica. Las calles de Rael están depravadas por buenas razones, pero éstas ocupan un segundo lugar, detrás de lo pintoresco. En mil Ráeles posibles, los autores nos conducen instintivamente hacia la más próxima tabernucha, antes que mostrarnos cómo funciona el sistema de alcantarillado (a menos que nuestro héroe tenga que verse obligado a escapar por él), o cómo se acumulan las ratas para beneficio mutuo de todos. Esos autores conocen nuestros gustos. Lo que hacen principalmente los autores es contarnos una historia con criaturas extrañas, duelo de espadas, artilugios fascinantes y —preferentemente— hermosas princesas. En cuanto a la narración en sí, suele ser bastante tradicional. Son relatos en los que lo esencial del caso se resuelve mediante la utilización de una inteligencia rápida, el coraje y la fuerza bruta. Si esto suena como un cuento de hadas, habría que decir, sobre los cuentos de hadas, que nos encantan y amplían nuestras percepciones. Tal y como Michael Shaara dice en su relato: «La historia de la Tierra y de toda la humanidad se extinguió y se perdió. Oyeron hablar de grandes razas y de mundos ilimitados, y del gobierno inimitable que era el de la Federación Galáctica. La ficción, las leyendas, los sueños de miles de años se habían convertido en realidad en un momento, en la figura de un pequeño anciano que no era de la Tierra. Tendrían que aprender mucho y aceptar aún mucho más en el período de una sola tarde, y en un planeta extraño.» La ciencia es una cuestión tenue al lado de este material legendario.

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Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: Es una lástima decir algo sobre la narración de Idris Seabright. Que sea ella misma quien cuente la historia de la gente alada, que era realmente demasiado delicada para un imperio. En general, los imperios tienen problemas. El imperio que Alfred Coppel nos describe sólo se mantiene por los pelos. En él conviven las armas lanzarrayos y los espadachines. El truco consiste en unir a los dos tipos de un modo convincente. Con un golpe audaz y temerario, Coppel nos presenta sus naves más rápidas que la luz cargadas a tope con guerreros y sus caballos, iluminados por humeantes lámparas de aceite. Apenas si se podía llevar más lejos lo pintoresco. Cuando escribí a Coppel pidiéndole permiso para publicar aquí su relato, le mencioné su reciente novela de éxito Treinta y cuatro Este, y le pregunté si seguía recordando con afecto sus primeras historias de fantasía. Al parecer, así es. Más aún, aumentó El rebelde de Valkiria hasta convertirla en una trilogía de novelas, escritas bajo el seudónimo de Robert Cham Gilman. Si le gusta esta larga narración, puede tratar de encontrar la trilogía, cuyos volúmenes llevan los siguientes títulos: El rebelde de Rhada, Los navegantes de Rhada y El Starkahn de Rhada. Al igual que Robert Gilman, Cordwainer Smith también es un seudónimo. Y, a propósito, también lo es Idris Seabright. Smith escribió varias historias centradas alrededor de su imperio antes de morir. Denominó a su gobierno La Instrumentalidad... un nombre apropiado, pues hay algo como de escalpelo en la extraordinaria imaginación de Smith. ¿Inventar toda una raza de gatos? ¿Arrojarlos a todos hacia atrás, en el pasado? Absurdo. Extraño. Admirable. La mayor parte de los escritores escriben sobre la vida como ésta es, o bien como ellos creen que debería ser. Cordwainer Smith escribió sobre un cielo-e-infierno que a él le pareció más real que la vida misma. Su bizarro comandante sale al exterior, junto con sus imaginarios compañeros... EL CRIMEN Y LA GLORIA DEL COMANDANTE SUZDAL Cordwainer Smith No lea esta historia. Vuelva la página rápidamente. La historia puede trastornarle. De todos modos, lo más probable es que ya la conozca. Es una historia muy perturbadora. Todo el mundo la conoce. El crimen y la gloria del comandante Suzdal ha sido contada de mil formas diferentes. No llegue a pensar que la historia es realmente la verdad. No lo es. De ningún modo. No hay la menor parte de verdad en ella. No existe ningún planeta llamado Arachosia, ni gentes llamadas klopts, ni un mundo denominado Catland, o País de los Gatos. Todo es imaginario. Nada de esto ocurrió, olvídese de esta historia, continúe y lea otra cosa. El principio El comandante Suzdal fue enviado en una nave-cáscara para explorar las regiones más alejadas de nuestra galaxia. Su nave era denominada crucero, pero él era el único hombre que había en ella. Estaba equipado con artilugios hipnóticos y cubos para darle la sensación de compañía. Era toda una gran multitud de gente amistosa, a la que podía convocar de acuerdo con sus propias alucinaciones. La Instrumentalidad incluso le ofreció la posibilidad de elegir sus compañeros imaginarios, cada uno de los cuales fue encarnado en un pequeño cubo de cerámica que

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Temática: General

Descripción: VOLUMEN III - MADUREZ O CAÍDA (continuación) NO SE PUEDE IMPONER LA CIVILIZACIÓN POR LA FUERZA Él resultado de estas contiendas en las mentes de estos antiguos Imperialistas dependía de la medida en que la especialización para el imperio les hubiera afectado. En unos pocos mundos jóvenes, en los cuales la especialización había calado demasiado profundamente, un período de caos era seguido por un período de reorientación y planificación mundial, y, en el momento preciso, por una sana utopía. Pero en la mayor parte de estos mundos no había escape posible. O el caos persistía hasta que comenzaba la decadencia de la raza, y el mundo caía en el estado humano, sub-humano o al meramente animal; o de otra forma, y sólo en pocos casos, la discrepancia entre el ideal y la situación real era tan angustiosa que toda la raza se suicidaba. OLAP STAPLEDON: El Hacedor de estrellas Una cosa es cierta. El hombre se une solamente para adquirir fuerza, sea la fuerza de la religión, del saber o del poder. Y las uniones llevan hacía varias enfermedades; una vez que se han unido, se adaptan a estar unidos, lo quieran o no. La unificación también lleva hacia la complejidad, y en esta sección los imperios maduros reflejan esa complejidad. Nuestros cuatro distinguidos autores, Van Vogt, John D. MacDonald, Algis Budrys y James Blish, escribían para deleite de sus lectores en revistas populares generalmente menospreciadas, aunque se acercaban a un fantástico tipo de verdad. Un amistoso crítico del primer libro de estas series dijo: «La Opera del espacio es buena, sencilla y noble diversión, aunque uno no pueda demostrar, pero sí sospechar, que estos cuentos tocan algo del arquetipo mitopoético que fluye profundo en cada individuo.» Grandes palabras, pero estoy de acuerdo con ellas; aunque todo dependería de los diagramas de circuito del id de cada uno. Estas narraciones me parece que tienen la cualidad descrita. Hablando de los diagramas de circuito del id, ningún escritor de ciencia ficción podría hacer alarde de circuitos más elaborados que el último. James Blish. Toda forma de saber era un tema para él. Era grande estableciendo conexiones. Su espléndida epopeya de las Ciudades en Vuelo explora una de las conexiones elementales de la era moderna: la estrecha relación entre el espacio y el tiempo; y su formidable biografía de Roger Bacon, Doctor Mirabilis, examina las múltiples relaciones entre ciencia y religión, un tema desarrollado en su contrapunto de ficción en la más famosa novela de Blish, Un caso de conciencia., y más tarde en Pascua Negra y en El día después del juicio. Estos hilos también pueden ser rastreados a través de Beep, el fragmento de historia galáctica que presentamos aquí. Una de sus preocupaciones era el problema del pecado, que a veces parecía tratar como si fuera meramente una pregunta intelectual. Tardíamente, podemos observar que el pecado en Beep brilla por su ausencia. La historia puede interpretarse como si fuera la de una máquina que suprime el pecado, raíces y ramas; el pecado en hecho, el pecado como concepto. Beep es una pieza para pensar, y juega un papel clave en este volumen. Es un relato que admiro grandemente. La primera vez que lo leí en Galaxy me impresionaron menos sus cualidades intelectuales que una imagen obsesionante, que encarna mucho de la fascinación de la ciencia ficción, la imagen contenida en estas líneas: «He oído al comandante de un crucero de línea mundial, viajando de 8873 a 8704 a lo largo de la línea mundial del planeta Hathshepa, que gira alrededor de una estrella en el borde de NGC 4725, pidiendo ayuda a través de once millones de años luz..., pero qué clase de ayuda estaba pidiendo, o pediría, está más allá de mi comprensión.»Este pasaje

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Temática: General

Descripción: necesita el dinero como los individuos necesitan la sangre. Somos criaturas económicas y debemos trabajar mientras somos capaces o perecer, al igual que han hecho nuestros antepasados; estamos gobernados por el dinero, la necesidad interminable que forma el circuito que mantiene a la fuerza de trabajo y a la nación en funcionamiento. (Verdaderamente, son escasos los individuos que se mantienen a un lado de esta máquina invisible; son dictadores —Stalin, siendo el dueño de Rusia, nunca tuvo una moneda en su bolsillo—, la nobleza, los muy ricos, o los extremadamente pobres; los gitanos son apartados desde el momento en que no contribuyen con ningún poder a la máquina invisible.) El sistema capitalista disfruta de un circuito comparativamente efectivo. Es decir, sus presiones son constantes, pero cuando sus unidades están funcionando suavemente, su presión pasa desapercibida a la mayoría. Por otra parte, es difícil imaginarse cualquier sistema coercitivo de hoy en día (ni el capitalismo ni, ciertamente, tampoco el comunismo) trabajando eficazmente para abarcar diversos sistemas planetarios que se encuentren a distancia de años luz. La relatividad, que afecta al espacio y al tiempo, deberá ciertamente afectar el flujo de dinero. El flujo de dinero tiene dos aspectos: trabaja al mismo tiempo como coercitivo e incentivo. Un sistema más coercitivo será más eficaz. Como las dictaduras. O incluso el feudalismo. El feudalismo era una versión más cruda de la máquina invisible; aun así, el tipo de feudalismo practicado en el Antiguo Egipto produjo, en la figura de las Grandes Pirámides, alguno de los más duraderos e impresionantes monumentos de este planeta. El número de locos intentos de explicar las pirámides, o los monumentos conmemorativos de los incas o de cualquier otra gran raza desaparecida, en términos de algunas teorías supersticiosas —un ejemplo es la noción de Von Daniken de que todas las grandes realizaciones de nuestro planeta fueron construidas por astronautas galácticos— simplemente muestran falta de comprensión de cómo otras máquinas invisibles como la nuestra funcionaron en el pasado. Todas las máquinas invisibles hacen que toda la energía disponible en fuerza humana y/o mecánica intervenga cuando es necesaria; bajo nuestro sistema actual, todos trabajamos para acumular existencias de ferretería militar, como en el mundo feudal se trabajaba para acumular piedras para faraones muertos. No podremos simpatizar con ese mundo más que lo que él pueda simpatizar con el nuestro. ¡Pero podemos simpatizar con la abolición del dinero! ¡Oh, sí! Ese es el motivo por el cual los sistemas feudales son tan atractivos en la literatura escapista. Deja libre el camino para la aventura, que tiene poco que ver con el flujo del dinero. Y pienso que el instinto básico de los escritores de ciencia ficción es correcto: el dinero tendrá que ser abolido cuando nos movamos dentro de la galaxia. ¿O será que esos siniestros y oscuros pozos de energía en ¡Esta noche se rebelan tas estrellas!, guardados por el anciano dios Stasor, son las representaciones simbólicas de nuestros bancos Barclay locales? ¡ESTA NOCHE SE REBELAN LAS ESTRELLAS! Gardner F. Fox En los pozos negros encontró la sabiduría de los ancianos perdida hacía cincuenta mil años. Durante un día, Angus el Rojo tuvo la victoria en su mano derecha. Pero fue demasiado corta la mirada, demasiado vago un pensamiento como para sostener a la multitud alborotada de las estrellas contra la guardia de hierro de la Ciudadela.

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Temática: General

Descripción: chico, listas para envolverle las piernas. Gren las apartó de un manotón, mientras buceaba hacia el fondo. De pronto vio a la ollacalza, antes que ella lo viese. La ollacalza era una planta acuática, de naturaleza semiparasitaria. Vivía en los huecos y hundía las ventosas de bordes serrados en la savia de los árboles. Se alimentaba también, sin embargo, por la parte superior, áspera, provista de una lengua parecida a una calza. Las fibras de la planta se desplegaron, rodearon el brazo izquierdo de Gren y se cerraron instantáneamente. Gren estaba preparado. Una sola cuchillada partió a la ollacalza en dos. La parte inferior batió inútilmente el agua tratando de atrapar al niño. Antes que Gren pudiera alcanzar la superficie, Daphe, la hábil cazadora, ya estaba allí, colérica; de la boca le salían unas burbujas plateadas, como de la boca de un pez. Tenía preparado el cuchillo para proteger al niño. Gren le sonrió mientras subía a la superficie y trepaba a la orilla seca. Se sacudió despreocupadamente, mientras Daphe salía también del agua. - Nadie debe correr, nadar o trepar solo - le gritó Daphe, citando una de las leyes -. ¿No tienes miedo, Gren? ¡Qué cabeza hueca! También las otras mujeres estaban enojadas. Pero ninguna tocó a Gren. Era un niño hombre. Era tabú. Tenía poderes mágicos: tallaba almas y daba hijos... o los daría cuando creciera de veras, y ya le faltaba poco. - Soy Gren, el niño hombre - se jactó Gren. Buscó la aprobación de Haris. Pero Haris se limitó a apartar los ojos. Gren había crecido tanto que ya Haris no lo aplaudía como antes, aunque las proezas del niño eran cada vez más atrevidas. Un tanto humillado, Gren corrió de un lado a otro, exhibiendo la lengua de la ollacalza, que aún tenía en el brazo. increpó jactancioso a las mujeres, mostrándoles qué poco le importaban. - No eres más que un niñito - se burló Toy. Toy tenía diez años, uno más que Gren. Gren calló. Ya llegaría el momento de demostrar a todos que él era alguien muy particular. Lily-yo dijo, frunciendo el ceño: - Los niños han crecido mucho, ya no podemos manejarlos. Cuando Flor y yo hayamos ido a las Copas a sepultar el alma de Clat, volveremos y disolveremos el grupo. El momento de la separación ha llegado al fin. ¡Estad atentos! Saludó a todos antes de alejarse, con Flor al lado. Fue un grupo sobrecogido el que contempló la partida de Lily-yo. Todos sabían que tenían que dividirse; nadie quería pensarlo. El tiempo de la felicidad y la seguridad - así les parecía a todos - llegaba a su fin, tal vez para siempre. Los niños entrarían en un período de vida dura, solitaria, tendrían que valerse por sí mismos antes de unirse a otros grupos. Los adultos se encaminaban hacia la vejez, las pruebas y la muerte, cuando subían a lo desconocido. 2 Lily-yo y Flor treparon fácilmente por la corteza rugosa, como. si escalaran una serie de rocas casi simétricas. De cuando en cuando tropezaban con algún enemigo vegetal, una larguja o un alfombrón, pero eran adversarios insignificantes, a los que arrojaban en seguida a la umbría espesura de abajo. Los enemigos de los humanos eran los enemigos de los termitones, y la columna en marcha había eliminado ya los obstáculos del camino. Lily-yo y Flor subían inmediatamente detrás de la columna, animadas por aquella compañía. Treparon durante largo tiempo. En una ocasión, descansaron sobre una rama vacía. Apoderándose de dos rondanas que pasaban por allí, las partieron y comieron la carne blanca y aceitosa. Mientras subían, habían visto, en diferentes ramas, algunos grupos

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Temática: General

Descripción: HELICONIA INVIERNO 6 almacenar muebles, casi todos de madera, en previsión del día en que llegase el invierno Weyr y ya no se construyese ni uno más. Había un diván verde con volutas talladas y un imponente armario dominaba la estancia. Todo el mobiliario era importado; se veía por su estilo. Luterin cerró la puerta y permaneció allí, contemplándola. Como si él no existiese, Insil se puso a arreglar las flores en un florero, llenándolo con agua del jarro y manipulando con destreza los tallos entre sus dedos. —También mi madre —suspiró él— es bastante enfermiza, pobrecilla. Cada día de su vida entra en pauk y comulga con sus padres muertos. Insil levantó bruscamente los ojos hacia él. —¿Y tú? Supongo que mientras estabas postrado en cama también habrás caído en el hábito del pauk, ¿verdad? —No. Te equivocas. Mi padre me lo prohibió... Además, no es sólo eso... Insil se llevó los dedos a las sienes. —El pauk es cosa de gente ordinaria. Superstición pura. Entrar en trance y bajar a aquel horrendo mundo, en el que los cuerpos se pudren y los cadáveres fantasmales escupen sus últimos residuos vitales... ¡Oh, qué desagradable! ¿Estás seguro de que no lo haces? —Jamás. Creo que la enfermedad de mi madre proviene del pauk. —Pues bien, entérate: yo lo hago cada día. Beso los labios muertos de mi abuela y saboreo los gusanos... —Insil se echó a reír.— Oye, no pongas esa cara. Estaba bromeando. Odio la sola idea de esas cosas subterráneas y me alegro de que tú no te acerques a ellas. Y volvió a ocuparse de las flores. —Estas flores de nieve son como indicios de la muerte del mundo, ¿no crees? Ahora sólo crecen flores blancas, para no desentonar con la nieve. En otros tiempos, según cuentan las historias, las flores de Kharnabhar eran de brillantes colores. Resignada, empujó el florero hacia un lado. Desde el fondo de las gargantas de los pálidos capullos asomaba un toque de oro que, como un emblema del sol desvaneciente, viraba en el ovario a un rojo intenso. Luterin se aproximó lentamente, siguiendo el dibujo de las baldosas. —Ven a sentarte conmigo en el sofá y hablemos de cosas más alegres. —Imagino que te refieres al clima, que declina con tal rapidez que nuestros nietos, si es que los tenemos, tendrán que vivir casi en la oscuridad, envueltos en pellizas de animales. Quizás hasta gruñendo como animales... Suena bastante esperanzador, ¿no? —¿Qué tonterías dices? —Luterin, riendo, dio un brinco y la cogió. Ella se dejó llevar hasta el diván, mientras él le susurraba ardientes palabras de amor. —Por supuesto que no puedes hacer el amor conmigo, Luterin. Puedes tocarme, como has hecho antes, pero de hacer el amor, nada. No creo que me deje convencer nunca porque, si te permitiera hacerlo, dejarías de fijarte en mí una vez satisfecha tu lujuria. —Es mentira, mentira. —Más vale que sea verdad, si es que pretendernos cierta felicidad conyugal. No me casaré con un hombre saciado. —Jamás tendré suficiente de ti. —Mientras hablaba, su mano se dedicaba al saqueo de las ropas. —Los ejércitos invasores... —suspiró Insil, aunque lo besó, metiendo la punta de la lengua en su boca. En ese preciso instante se abrió la puerta del armario. Un joven de tez oscura como la de Insil apareció de un salto, contrastando su frenesí con la pasividad de su hermana. Se trataba de Umat; blandía una espada falsa y gritaba: —¡Hermana, hermana! ¡La ayuda ha llegado! ¡Aquí está tu valeroso defensor, dispuesto a salvarte a ti y a la familia de la infamia! Pero, ¿quién es la bestia? ¿Acaso no le ha bastado un año en cama que ya busca nuevamente el primer sofá? ¡Pícaro! ¡Violador! —¡Eh, tú, rata de zócalo! —gritó Luterin. Enfurecido, se lanzó tras Umat, que perdió la espada de madera, y ambos se enzarzaron en una encarnizada pelea. Tras el largo confinamiento, Luterin había perdido parte de su fuerza. Su amigo logró derribarlo. Al levantarse, Luterin comprobó que Insil ya no estaba. Corrió a la puerta, pero ella ya se había desvanecido en las oscuras profundidades de la casa. El jarrón, caído durante la pelea, yacía roto sobre las baldosas junto a las flores desparramadas.

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Temática: General

Descripción: más afable de lo que las Enseñanzas aconsejaban, y por lo tanto gozaba de popularidad entre los niños. Complain recordó que se le tenía por cuentista; de pronto experimentó el deseo de que alguien lo entretuviera. Desaparecido el enojo se sentía vacío. - ¿Qué había antes de que aparecieran los pónicos? - preguntó una niñita. Era evidente que los pequeños, a su modo, intentaban arrancarle un cuento. - Cuéntales la historia del mundo, Bob - aconsejó una de las madres. Fermour lanzó hacia Complain una mirada interrogadora. - Por mí no te preocupes - dijo éste -. Las teorías me importan menos que las moscas. Las autoridades de la tribu no aprobaban las cavilaciones que no se basaran en asuntos estrictamente prácticos. Eso explicaba la vacilación de Fermour. - Bueno - empezó Fermour -, son sólo suposiciones, puesto que no tenemos testimonio alguno de lo que ocurrió en el mundo antes de la aparición de la tribu Greene. Y cuando encontramos alguno parece carecer de sentido. Miró rápidamente a los adultos incluidos entre su público y agregó: - Porque hay cosas mucho más importantes que preocuparse por las viejas leyendas. - ¿Cómo es la historia del mundo, Bob? ¿Es interesante? - preguntó un niño, impaciente. Fermour le apartó el flequillo de los ojos y respondió: - Es el cuento más interesante que existe, puesto que nos concierne a todos y a nuestro modo de vida. El mundo es un lugar maravilloso. Está compuesto de capas y más capas de cubierta, como ésta. Y estas capas no tienen fin, pues describen un círculo cerrado. Uno podría caminar eternamente sin llegar al fin del mundo. Y esas capas están llenas de lugares misteriosos, algunos buenos, algunos malos; todos los corredores están bloqueados por los pónicos. - ¿Y la gente de Adelante? - preguntó el muchacho -. ¿Tienen verde la cara? - A eso voy - continuó Fermour, bajando la voz para que su pequeño público se acercara más a él -. Ya os he dicho qué pasa cuando uno se mantiene en los corredores laterales del mundo. Pero si uno pudiera entrar en el corredor principal descubriría una carretera que conduce a los lugares más distantes del mundo. Y por allí se puede llegar al territorio de Adelante. - ¿Es cierto que tienen dos cabezas? - preguntó una niñita. - Claro que no - dijo Fermour -. Son más civilizados que nuestra pequeña tribu... Y repitió su rápida inspección de las personas Mayores, para proseguir después: Pero sobre ellos sabemos muy poco, pues hay muchos obstáculos entre su tierra y la nuestra. Todos vosotros, cuando crezcáis, debéis tratar de descubrir nuevas cosas con respecto a nuestro mundo. Recordad que es mucho lo que no sabemos, y en el exterior pueden existir otros mundos que ahora ni siquiera imaginamos. Los niños parecieron impresionados, pero una de las mujeres se echó a reír. - Gran ventaja sacarán, investigando algo de cuya existencia nadie está seguro. Complain se sintió íntimamente de acuerdo con ella, mientras empezaba a alejarse del grupo. últimamente circulaban muchas teorías como aquélla, todas diferentes, todas perturbadoras, ninguna apoyada por las autoridades. Se preguntó si denunciando a Fermour podría mejorar su prestigio; por desgracia nadie daba importancia a ese hombre; era demasiado lento. La vela anterior, precisamente, lo habían azotado públicamente en los campos de cultivo, como castigo por su pereza. El problema más inmediato de Complain era ir de caza o no. Un recuerdo lo tomó desprevenido; últimamente solía andar con frecuencia de ese modo, inquieto, yendo y viniendo entre la barricada y su casa. Apretó los puños. El tiempo pasaba, escaseaban las oportunidades, y siempre faltaba algo. Una vez más, como venía haciéndolo desde la infancia, rebuscó furiosamente en su cerebro, tratando de apresar aquel factor que parecía estar allí, pero jamás estaba. Sintió oscuramente que se estaba preparando,

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Temática: General

Descripción: una docena de máquinas que se deslizarían a través del tiempo y el espacio para aniquilar a la Tierra antes de la aparición del Hombre sobre ella; los proyectiles la alcanzarían, según quedó decidido, durante el Período Silúrico y reducirían el planeta a sus átomos componentes. Así nació T. — Los venceremos — declaró uno de los Koax más ilustres en tono de triunfo, cuando los proyectiles partieron —. Si las antiguas crónicas terrestres no mienten (y no hay razón para creer que mientan), en los tiempos primitivos el Sol tenía a nueve planetas girando a su alrededor, antes de que empezase a envejecer. De fuera a dentro, por el orden lógico, estos planetas eran (tengo sus nombres aquí, gracias al sentimentalismo del Hombre) Plutón, Neptuno, Urano, Saturno. Júpiter, Marte, Tierra, Venus y Mercurio. La Tierra, como podéis ver, es el séptimo planeta por este orden, o el tercero que fue devorado por el Sol en su vejez. Este es nuestro objetivo, hermanos; una mota perdida en las profundidades del tiempo y del espacio. Procurad que vuestros cálculos sean exactos... el séptimo planeta es el que debe ser destruido. No hubo error. El séptimo planeta fue destruido. El Hombre no tuvo la más mínima posibilidad de localizar y aniquilar a T y a sus once sombríos compañeros, pues aún no había descubierto el pliegue del continuo espacio-tiempo por el que viajaban. Su débil posibilidad de intercepción variaba inversamente con la distancia que cubrían, pues a medida que se iban aproximando a la primera galaxia del Hombre, el tiempo retrocedía hasta la época en que realizó sus primeras tentativas dentro de la Vía Láctea. Las máquinas avanzaban retrocediendo en el tiempo. Cada vez todo era más antiguo. Los Koax volvían a ser una joven raza que aún no poseía el secreto de los viajes por el espacio infinito y que iba degenerando y haciéndose cada vez más pequeña en el otro extremo del universo. El hombre sólo poseía unas anticuadas naves de combustible líquido, que recorrían y exploraban medio centenar de sistemas planetarios. T seguía postrado en su posición fija, esperando incansablemente. Sus dos siglos de existencia, la larga espera tocaban a su fin. En algún rincón de su frío cerebro algo le decía que el momento culminante se acercaba. No todos sus compañeros podían considerarse tan afortunados, pues las máquinas que los transportaban, perfectas cuando salieron, fueron sufriendo averías durante el largo viaje (los doscientos años representaban una distancia en el espacio/tiempo de unos nueve mil quinientos millones de años luz). Los Koax eran filósofos y matemáticos natos, pero hacía mucho, muchísimo tiempo que no se ocupaban de la mecánica... de lo contrario, hubieran imaginado algún sistema de relevo para realizar la misión asignada a T. En una de las máquinas, el sistema de alimentación fue proporcionando paulatinamente una cantidad creciente de alimento, y el ser que transportaba murió no por comer demasiado, sino por el dolor creciente que experimentaba al crecer y rellenar poco a poco los mamparos de acero, terminando por obturar los conductos de aire en su propia carne. En otras de las máquinas, se fundió una válvula, acortando el viaje por el hiperespacio; la máquina penetró al espacio real y terminó enterrada en una estrella variable tipo M. En una tercera máquina, el sistema de dirección perdió el gobierno y el proyectil fue acelerando su velocidad, hasta que se quemó, friendo a su ocupante. En una cuarta, el tripulante enloqueció de pronto y accionó una pequeña palanca que no debía tocarse hasta dentro de cien años. Su máquina se convirtió en un volcán radiactivo, cuyas partículas destruyeron además las otras dos máquinas. Cuando el Sistema Solar solamente estaba a unos cuantos años luz de distancia, las restantes maquinas pararon sus motores principales y emergieron al espacio/tiempo normal. Sólo tres de ellas habían completado el viaje, T y otras dos. Se encontraron en una galaxia desprovista de vida. Sólo las grandes estrellas bañaban con su luz sus nuevos planetas, acabados de salir, por decirlo así, del vientre de la creación. El hombre había retrocedido hacía mucho tiempo para hundirse de nuevo en el fango primigenio y los soles y planetas todavía no tenían nombre. Sobre la Tierra, se cernían las nieblas de

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Temática: General

Descripción: anticipó los gigantescos centros de control de la Tierra? ¿Quién previó transmisiones en vivo desde la Luna por parte de los primeros exploradores? Y -lo más asombroso- ¿qué relato de ciencia ficción nos cuenta que realizaríamos tres o cuatro alunizajes tripulados y luego abandonaríamos la empresa? (A decir verdad, existe uno: Tendencias de Isaac Asimov, publicado en 1939, ridículamente equivocado en los detalles pero profunda y espléndidamente acertado en la tesis de que el primer vuelo a la Luna sería seguido por una creciente hostilidad popular hacia el concepto de la exploración espacial. El cuento de Asimov es un vívido ejemplo de la notable capacidad de la ciencia ficción para llegar a las verdades futurológicas metafóricas más amplias mientras fracasa rotundamente en la predicción de los detalles específicos.) Cuando abordamos aquellos libros que están ambientados en un futuro realmente lejano -Primeros y últimos hombres de Olaf Stapledon, La Tierra moribunda de Jack Vance, Invernáculo de Brian Aldiss-, abandonamos totalmente el ámbito de la predicción para entrar en el de la poesía y la metáfora. Esos libros no tienen la menor intención de ser hipótesis especulativas serias, visiones que debamos tomar literalmente; son raudas obras de la imaginación, auténticos vuelos de la fantasía. Así son los nueve relatos que constituyen Galaxias como granos de arena de Aldiss. Datan del período inicial de la fecunda carrera de este gran escritor. Toda su obra, desde su primera novela, La nave estelar (1958), hasta libros como Invernáculo (196z) y Barbagrís (1964), y la monumental y magistral trilogía de Helliconia de los años 8o, está signada por la imaginación exuberante, el vigor estilístico y una maravillosa y traviesa inventiva en la elaboración conceptual. Hallamos todas esas características en los relatos con los que Aldiss ha urdido sus Galaxias como granos de arena. El libro se presenta como una crónica de los milenios venideros, y eso es. Pero quienes lo lean como una guía Baedeker del futuro se sentirán defraudados. La deslumbrante colmena de genes, la vasta megalópolis de Nunion, los misterios de la enigmática Yinnisfar, todo ello se debe tomar por lo que es: bellos sueños, elegantes fantasmagorías. Existe una tribu indígena de los Andes en cuya lengua uno habla del pasado como si lo tuviera «enfrente». Para nosotros resulta un modo extraño de expresar las cosas, hasta que nos detenemos a pensar que, aunque el pasado es accesible hasta cierto punto para nuestra memoria, la totalidad del futuro siempre será un misterio. Y así, aunque podamos recorrer los hechos del pasado como si estuvieran frente a nosotros en una planicie, debemos retroceder a ciegas para internarnos en el ignoto futuro, sin ver claramente todos sus aspectos hasta que estemos en su centro. Quizá estos indígenas andinos, que miran el pasado mientras retroceden hacia el futuro, hayan dado con la metáfora justa. Ver lo que nos espera dentro de poco es difícil, cuando no imposible; las eras distantes, veladas por una gigantesca montaña de variables incalculables, escapan totalmente a nuestra percepción. Los escritores como Brian Aldiss están obligados a retroceder hacia el futuro como el resto de nosotros. Pero mientras escrutan lúcidamente el pasado obtienen, por medio de la visión periférica o la intuición artística, atisbos de cosas venideras que los demás no podemos ver. Lo que tenemos aquí, pues, es un viaje de la imaginación, una incursión en lo que es inherentemente recóndito, un libro de fábulas desbordantes, bellas, poéticas, visionarias. No es un mapa utilitario de la carretera que se extiende ante nosotros. Apreciémoslo como aquello que el autor quiso que fuera, y que logró tan estupendamente. ROBERT SILVERBERG Oakland, California, julio de 1999 Entre las leyes que podemos deducir del mundo externo, una destaca sobre las demás: la Ley de la Transitoriedad. Nada está destinado a perdurar.

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Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: Sam Bulstow bajaba por la calle. Cascotes, baldosas rotas y escombros yacían sobre el pavimento; romaza e hinojo -mortificados por el invierno- brotaban de ruinosas verjas. Sam Bulstow andaba por el centro de la carretera. Ya hacía varios años que el tráfico se hallaba reducido a escasos peatones. Giró a la derecha al llegar a la oficina de correos, y los espectadores oyeron sus pasos sobre los tablones de la habitación inferior. Sin agitación de ninguna clase, le oyeron subir las escaleras: los gemidos de los peldaños desnudos, el chirrido de una palma callosa sobre el pasamanos, los esfuerzos de unos pulmones para los cuales cada escalón era una dura prueba. Finalmente, Sam apareció en el cuarto de la guardia. Las alegres rayas de su camisa prestaban algo de su color a la barba blanca que cubría sus mandíbulas. Se quedó mirándoles unos minutos, apoyado en el marco de la puerta, para recobrar el aliento. -Llegas pronto, si lo que quieres es cenar -dijo Betty, sin volver siquiera la cabeza. Nadie le prestó atención, y ella agitó sus pelos de rata con desaprobación. Sam permaneció donde estaba, mostrando sus dientes amarillos y pardos en una sonrisa. -Los escoceses se están acercando -dijo. Betty giró rígidamente el cuello para mirar a Barbagrís. Towin Thomas adoptó su astuta expresión de lobo viejo y miró a Sam con ojos penetrantes. -Quizá quieran tu empleo, Sammy -dijo. -¿Quién te ha informado de ello? -preguntó Barbagrís. Sam entró lentamente en la habitación, lanzando una breve mirada al reloj mientras lo hacía, y bebió un trago de agua de una abollada lata que había en un rincón. Se sentó en un taburete de madera, acercó las manos al fuego y, como hacía siempre, se tomó su tiempo antes de contestar. -Acabo de cruzarme con un buhonero que iba por la barricada norte. Me ha dicho que se dirigía a Faringdon. Dice que los escoceses han llegado a Banbury. -¿Dónde está ese buhonero? -preguntó Barbagrís, sin apenas levantar la voz, y simulando mirar por la ventana. -Ha seguido su camino, Barbagrís. Dijo que iba a Faringdon. -¿Pasando por Sparcot sin detenerse a vendernos algo? No es muy verosímil. -Yo sólo te repito lo que me ha dicho. No me hago responsable de él. Lo único que sé es que el viejo amo Mole tendría que saber que los escoceses se acercan, eso es todo. - La voz de Sam había adoptado el irritable gemido que todos usaban de vez en cuando. Betty volvió a acercarse al hornillo. Dijo: -Todos los que vienen aquí traen rumores. Si no son los escoceses, son manadas de animales salvajes. Rumores, rumores... Es igual que en la última guerra, cuando no paraban de decirnos que iba a haber una invasión. Yo comprendía muy bien que sólo querían asustarnos, pero me asustaba de todos modos. Sam interrumpió sus murmullos. -Rumores o no, yo me limito a repetir lo que el hombre ha dicho. Me ha parecido que debía subir a contároslo. ¿He hecho bien o no? -¿De dónde venía ese tipo? -preguntó Barbagrís. -No venía de ningún sitio. Se dirigía hacia Faringdon. -Celebró su propia broma con una sonrisa perruna, y recibió una sonrisa parecida de Towin. -¿No ha dicho dónde había estado? -inquirió pacientemente Barbagrís. -Ha dicho que venía de río arriba. Según él, hay muchos armiños que siguen este mismo camino. -Eh, éste es un rumor que ya habíamos oído antes -dijo Betty para sí, meneando la cabeza. -Más vale que cierres el pico, mujer -dijo Sam, sin rencor.

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Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: de un planeta en el cual las sociedades animales, tal como yo lo entiendo, se aproximan a lo que debía de ser la vida en la Tierra antes del Biocom. Sygiek se quitó las medias y empezó a desprenderse de su túnica de una sola pieza. - Mi trabajo está enteramente relacionado con el presente. No siento ningún interés por el mundo preutópico, ni siquiera en este año del aniversario - dijo enérgicamente. El sonrió frunciendo los labios. - Quizá Lysenka II despierte nuevos intereses. Indudablemente, vamos a ver cosas incompatibles con la civilización. De todos modos, hasta entonces, reanimémonos con algo de compatibilidad. Tiéndase y abra las piernas. Ella sonrió y se relajó contra los voluptuosos almohadones, preparándose para él como una yegua dispuesta a recibir a su jinete. De pronto, la imagen del hombre junto a las ajedrecomputadoras acudió a su mente. - Tengamos un poco de alegría - dijo. Muy pronto, la hermosa y costosa estructura había cruzado el abismo de luz que ni siquiera el estado mundial conseguiría subyugar nunca. Se materializó en órbita alrededor de Lysenka II, mientras algunos comentarios casi subvocales desgranaban datos acerca del sol, Lysenka, y sus cuatro planetas circundantes: tres de ellos turbulentas masas de gases, y solamente II un mundo remotamente apropiado para el establecimiento del orden y la ilustración. En el ferry que los bajó a Ciudad de la Paz, la única base construida hasta la fecha en Lysenka II, los altavoces dieron la bienvenida a los huéspedes. - Esperamos que disfruten de su estancia en Lysenka II, y sus intelectos extraigan el máximo provecho de ella. Aunque este planeta era conocido del estado mundial desde hace varios siglos, hasta ahora no había sido abierto al turismo. Pueden considerarse ustedes como especialmente privilegiados por estar aquí. Para aquellos que trabajamos en Lysenka II, es un honor recibirles, sabiendo que ustedes son parte de las celebraciones especiales del Sistema con motivo del millonésimo aniversario del establecimiento del Biocom. Los universales aspectos benéficos de Biocom nunca serán más apreciados que en este planeta, donde todo es primitivo, regresivo, y de un orden político-evolutivo tremendamente bajo. »Así que deseamos que disfruten de su estancia y que ella sirva para fortalecerles en su dedicación futura a nuestro bienamado sistema. Bienvenidos a Lysenka II. Los pasajeros se miraron entre ellos. Algunos, cautelosamente, sonrieron. Todos recibieron la dosis de refuerzo y el tratamiento de acupuntura para aclimatarse al planeta, antes de desembarcar en suelo alienígena. El ferry bajó en picado. Un momento de silencio más terrible que cualquier abismo de luz, y luego las enormes puertas de salida se abrieron. Lo hicieron demasiado rápido: el cielo era un brillante techo acanelado de nubes que envolvió a los visitantes del nuevo mundo. Parpadearon, inexplicablemente reluctantes a avanzar. Unas azafatas, con el uniforme rojo de Turismo Exterior en lugar del azul de TransAbismo, condujeron a los turistas a los ALD, sonriendo y tranquilizándoles. Tan pronto como un autobús para largas distancias estuvo lleno, aceleró hacia una de las carreteras radiales que conducían de Ciudad de la Paz a las zonas salvajes. Los pasajeros inspiraron profundamente y se miraron unos a otros, como si el nuevo entorno les forzara a cada cual a medirse de nuevo. En la inhabitual luz, el aspecto de sus rostros era extraño. El autobús llegó a Dunderzee en una hora-T. Dunderzee era el recién abierto complejo turístico de Lysenka. Estaba al borde del territorio que los humanos aún no habían explorado desde el suelo.

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Autor: Administrador

Temática: General

Descripción: que gran parte del contenido de la Fantasía Científica es «inverosímil», huelga comentario para semejante realismo. Todo, considerándolo fríamente, es inverosímil, de la estrella a la uña. Verosímil e inverosímil son la misma palabra. Hará cosa de cuatro años, todo parecía indicar que la Fantasía Científica se iba a convertir en el reino de los bestsellers. Por primera vez en la Historia, aparecieron en Inglaterra libros encuadernados en tela que ostentaban simultáneamente los nombres de autores de Fantasía Científica y de editores hasta entonces tenidos por serios. Se inauguró una época de vacas gordas y a todos se nos subió el éxito a la cabeza. Como el número relativamente reducido de autores del género no podía atender todas las demandas, surgieron novelas que ostentaban la etiqueta de «Fantasía Científica» y que habían sido escritas por autores completamente indocumentados en el género. ¡A cuatro centavos por palabra y no hacemos preguntas fue la consigna del día! Mas por desgracia, estas nuevas novelas no cumplían ninguna de las rigurosas leyes del género. Por consiguiente, el público sacó una idea errónea — o, tal vez, peor, nebulosa — de lo que pretendía ofrecerle la escuela auténtica de escritores de Fantasía Científica. Actualmente ha terminado ya la etapa del «todo sirve». Murió por consunción propia. Aquel auge repentino era un arma de doble filo. En muchos aspectos, el período actual es más interesante. (Por ejemplo, vuelve a ser posible leer toda la Fantasía Científica que se publica; si esto es deseable, es algo que depende del gusto de cada uno.) Parece como si este género literario, con alguna que otra excepción, entre las que se cuenta John Wyndham, se dirigiese sólo a satisfacer los gustos de una minoría, como la poesía, el caviar y la travesía navideña del puerto. Como la poesía: tal vez sea éste el mejor símbolo, pues la Fantasía Científica y la poesía tienen mucho de común. Ambas poseen una música insidiosa y sorprendente; ninguna de ellas resulta demasiado fácil de cultivar y de aprehender. El hecho de que la poesía cuente con tan pocos lectores es materia para las tristes cavilaciones de los poetas; como dice el refrán, «los poetas nacen, no se pagan». En lo que se refiere a la Fantasía Científica, la respuesta es más evidente, aunque también sea aplicable a la poesía. Cada relato de Fantasía Científica exige algo de parte del lector, incluso las tramas baladíes que contiene este libro: una reorientación, un deseo, una aquiescencia a examinar el fragmento de un Xanadu ajeno. Esto no resulta cómodo para todos. Como es natural, las bibliotecas circulantes no se avienen a la idea. Mi concepto de la Fantasía Científica como una especie de poesía no goza de mucha popularidad, lo reconozco, en algunos círculos de aficionados al género. Pero hasta el momento presente, la navegación interplanetaria, la telepatía y el resto del instrumental que empleamos no pasa de ser un sueño, pero... ¿ha existido jamás un sueño más tentador que el de la astronavegación? Estas cosas ganan más tratadas como símbolos que como hechos reales. Sólo algunos genios como James Blish y Hal Clement tienen suficiente maestría para utilizar la jerga científica de una manera convincente. Vivimos en una época consciente de sí misma. La Ciencia, que es la investigación del hombre en su medio ambiente y en sí mismo, nos revela de continuo a nosotros mismos, y cuanto más claramente vemos la imagen, más misteriosa nos parece. Existe un algo que llamamos «vida», una llama que, como el fuego olímpico, pasa de antorcha en antorcha y mientras la sostenemos nos permite examinarnos a su luz. Lo menos que podemos decir es que somos fantásticos. Conducimos automóviles, bebemos Horlicks, miramos por el microscopio. ¿Qué haremos mañana? Esta es la pregunta que se hace perpetuamente el escritor de Fantasía Científica; con su súper conciencia de sí mismo, ve cómo el futuro le hace burlonas muecas desde las encrucijadas del tiempo... y él intenta vengarse mirándole a su vez. Una crítica que suele hacerse a la Fantasía Científica es la de que sus personajes no son reales. Esto es tan cierto y tan imposible de responder como aquellas quejas de que determinada pieza musical no contiene melodías reales. Se trata de un comentario

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Autor: Bruno

Temática: General

Descripción: -Me he enterado de una cosa que te contaré después, cuando estemos a solas. La captación de informaciones había llegado a constituir una especie de afición para los dos hombres, aunque Claw Fod siempre llevaba la iniciativa del juego. Las restricciones impuestas a los viajes eran tan grandes, la reconstrucción de la historia estaba tan avanzada, el adoctrinamiento de los niños era tan meticuloso, que resultaba casi imposible conocer la situación mundial. Claw Fod suspiró al pensar en las dificultades que sufrían y dijo: -Al menos, con los años, parece que hemos logrado recoger algunos resquicios de información clara. Es evidente que antaño la Gran China existía sólo en Asia. Tal vez nació del vientre de Marx y Mao Tse-tung. -Prefiero creer la otra leyenda, la de que existía antes que ellos, pero era un lugar eternamente sumido en la oscuridad hasta que ellos llegaron para iluminarla con la antorcha del comunismo. -Podría ser una explicación adecuada, cuñado. Tu sabiduría me convence. Luego, el resto del mundo adquirió la clarividencia suficiente para pedir ser aceptados bajo su sagaz dominio y la primera en aceptar tal honor fue la bárbara tribu rusa. -Permíteme un segundo, Claw Jon. Si esa tribu rusa era tan bárbara, debió ser la última en aceptar el dominio ilustrado. -Tal vez era la que estaba más próxima. -Tal vez los rusos también tenían una doctrina comunista. -¿Cómo es posible que fueran bárbaros? -¿Tal vez existen dos tribus distintas con el mismo nombre de rusos? Nuevamente, como tan a menudo les ocurría, se habían perdido en un laberinto de contradicciones. Pero discutían sin apasionamiento. Era sólo un ejercicio intelectual; cualquiera que fuera la verdad auténtica, entre las muchas que les rodeaban, ello no afectaría para nada sus vidas ni su bienestar. Y, al menos algunos aspectos estaban claros. Por ejemplo, en términos generales se sabía que finalmente los británicos, otra tribu bárbara, habían aceptado el dominio de China, siguiendo el ejemplo de sus vecinos, y así se había iniciado sobre la Tierra el primer milenio de la Gloriosa República Universal. Los británicos habían sido la tribu de diablos extranjeros que había actuado de manera más civilizada; el sistema los había asimilado, no por aniquilación, sino a través de matrimonios mixtos hasta llegar al momento presente en que, dadas las superiores capacidades reproductoras del pueblo chino, habían quedado anulados. Algo distinto había ocurrido con los norteamericanos, y la mayor parte de los esfuerzos del primer Plan Milenario Celestial habían estado encaminado a la educación forzosa de los norteamericanos. Finalmente, durante el Siglo de las Coronas de Flores y la Radiación, se habían resuelto radical y definitivamente sus problemas, para gran provecho de toda la humanidad. Así lo creían los dos hombres, guiándose por lo que decían las leyendas. La agradable charla de la hora del té fue interrumpida por Lu quien anunció que Piter debía ir a desnudarse, pues era su hora de acostarse. Como si la señal también fuera dirigida a él, Lob Inson se levantó al mismo tiempo, saludó con una reverencia a varios de los parientes que le rodeaban y se acercó a Capullo en Flor. -¿Tal vez ahora podrías seguirme al dormitorio?

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Autor: Bruno

Temática: General

Descripción: La página especificada no existe en este PDF

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